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Apología del amigo que aún vive en casa de sus papás.

Fernanda Escárcega Ch.

 

Estás en los treinta. Te sientes mucho menos adulto de lo que hubieras pensado años atrás. Tus papás siguen tratándote igual. Los chistes y las dinámicas con tus amigos no han cambiado nada; es solo que, entre las responsabilidades y el descanso, se ha vuelto más difícil hacer espacio para verlos. Bueno, el cuerpo ya no es el mismo. Llevas ya un tiempo estable en tu trabajo, has ido creciendo y no eres tú el único que lo nota. Profesional y económicamente pareces vislumbrar una especie de estabilidad. Te haces cargo de ti mismo y, un poco más apretado, has ido logrando objetivos grandes: un viaje, el seguro, la maestría, el coche … ¿una casa?

Mucho se dice del carácter de los jóvenes –cada vez menos de los millennials y más de los centennials y los que vienen detrás–. Se habla de la búsqueda de experiencias, de la intolerancia a la frustración, de la falta de interés y de compromiso, de su negación a la vida adulta y a la responsabilidad. Si hacerse de una casa es uno de los símbolos máximos de consolidación como persona, del inicio de una familia, de la consecución de metas y el resultado de trabajo y esfuerzo, quizá deberíamos mirar el cuadro completo y replantear algunas de nuestras expectativas.

En México, en la ciudad, por ejemplo, es posible terminar una carrera (o hasta un posgrado), entrar a trabajar y lograr independizarse de la familia; pero, seguir el camino esperado y hacerse de una casa, no es un siguiente paso asequible para casi nadie. La mayoría de los jóvenes que son dueños de una casa, lo son gracias al apoyo de sus padres, a un trabajo sobresalientemente bien remunerado y/o a que forman parte del pequeño grupo socioeconómico alto.

Existen datos de que el precio por metro cuadrado de terreno, en la capital (en condiciones regulares), va de los $9,817 en Tetelpan, Álvaro Obregón, a los $105,714 pesos en la colonia Juárez.[1] Un departamento “bien ubicado” no baja de los 3 millones y, aunque, según el INEGI, el ingreso promedio de una familia de clase media es de $17,000, para poder acceder a un crédito hipotecario el banco puede solicitar la comprobación de ingresos mensuales por cantidades como $66,496 en Banorte o 98,547 en HSBC.

¿Qué tan sencillo resulta entonces que un joven habitante promedio, con un trabajo promedio, se haga de una casa? Si quitamos el factor de la edad, la situación no pinta tan distinta para ningún habitante de la ciudad. Y ¿para una persona de un nivel socioeconómico más bajo?

En nuestro país existe la Secretaría de Desarrollo Agrario, Territorial y Urbano (Sedatu), el Programa Nacional de Vivienda y una Ley Federal que tiene el propósito de “sentar las bases para aspirar a un desarrollo nacional más equitativo, que integre entre sí a los centros de población más desarrollados con los centros de desarrollo productivo, considerando también a los de menor desarrollo, para corregir las disparidades regionales y las inequidades sociales derivadas de un desordenado crecimiento de las zonas urbanas”. De acuerdo con el documento, las acciones que se tomen como parte de la Política Nacional de Vivienda deberán “cumplir con el mandato constitucional del derecho a la vivienda digna y decorosa”.

La Constitución Nacional define “vivienda digna” en su artículo 2 como aquella “que cumpla con las disposiciones jurídicas aplicables en materia de asentamientos humanos y construcción, salubridad [que] brinde a sus ocupantes seguridad jurídica en cuanto a su propiedad o legítima posesión, y contemple criterios para la prevención de desastres y la protección física de sus ocupantes ante los elementos naturales potencialmente agresivos”.

La Constitución de la Ciudad de México, igual que la Nacional, establece la garantía al derecho a la vivienda pero también incluye algunos puntos que vale la pena dar a conocer y, en muchos casos, preguntarnos si se están cumpliendo.

  • Que todas las personas tengan acceso al uso y goce de los beneficios de la ciudad y al espacio público seguro. (Art. 1, III)
  • Que los derechos humanos y sociales, individuales y colectivos [de vivienda], no se subordinen al mercado mundial, ni al sistema financiero. ( 5, XI)
  • Que haya asequibilidad [de la vivienda], de acuerdo con el nivel de ingresos de sus adquirentes o usuarios; en donde su costo no ponga en peligro o dificulte el disfrute de otros derechos humanos por sus ocupantes. (Art. 3, IV)
  • Que la ubicación permita el acceso a oportunidades de empleo, servicios de salud, escuelas, guarderías y otros servicios e instalaciones sociales, no debe de estar ubicada en zonas contaminadas o peligrosas. (Art. 4, VI)

El programa de vivienda de la ciudad, emitido en 2019 y vigente hasta el 2024, establece que se llevarán a cabo acciones de mejoramiento, adquisición y ampliación, con una inversión de 2.3 billones de pesos. Entre las iniciativas que se han anunciado están crear una canasta básica de construcción, coordinar la operación de los sectores público y privado, fortalecer la rendición de cuentas y llevar a cabo una planeación que provea a las casas de servicios e infraestructura.

A las más recientes leyes y políticas de vivienda de la ciudad se les han hecho críticas respecto a reformas por las que, aunque se asegura que no se sumarán nuevos impuestos al proceso de compra-venta de inmuebles, abren la posibilidad de aumentar en proporción los ya existentes. También, porque con la inclusión del término “expecionales” para definir los casos en los que es posible desalojar a una persona de una vivienda se ha puesto en riesgo la seguridad jurídica de la propiedad de los inmuebles.

Legislaciones, precios, condiciones, ubicación…El tema de la vivienda es complejísimo. Se teje de cuestiones políticas, económicas y sociales que pasan por ámbitos tan diversos como el urbano y el laboral, no solo de una ciudad sino de territorios completos. En palabras de Miquel Adriá, “para tener vivienda accesible, se debe tener un proyecto de ciudad que contemple mejor movilidad y uso de recursos naturales, y una distribución equitativa de oportunidades entre la población”. Como sea que esa utopía se alcance…

El futuro se ha vuelto social, política y económicamente incierto. La competencia laboral es cada vez más cruda –y con ello las condiciones y prestaciones laborales menos favorecedoras–. Las oportunidades se han concentrado en las urbes. La demanda de vivienda en las ciudades aumenta aceleradamente –y con ello los precios se van a las nubes–.

¿Una casa?, ¿renta?, ¿coliving? Quizá podríamos ser menos duros la próxima vez que juzguemos a ese amigo que no ha dejado la casa de sus papás.

[1] Viridiana Mendoza Escamilla, “¿Cuánto tienes que ganar para comprar una casa en la CDMX?”, en Forbes, Actualidad, revisado el 26 de febrero de 2020 en https://www.forbes.com.mx/cuanto-tienes-que-ganar-para-comprar-una-casa-en-la-cdmx/

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