Fernanda Escárcega Ch.
La Ciudad de México, como polo cultural –nacional e internacional–, vive al interior una explosión de propuestas que se han expandido hacia zonas que solían quedar al margen de la oferta principal de arte y gastronomía.
Se dice que el arte (casas de artistas, galerías, talleres) es la punta de lanza para la revitalización de zonas urbanas que se han mantenido encapsuladas, a veces en la decadencia del olvido, a veces en el bienestar de la tradición.
En esta ciudad, durante años, vivimos la concentración de toda alternativa cultural en colonias centrales como la Condesa, la Roma y la Juárez. Sin embargo, de un tiempo para acá, múltiples factores han impulsado la trascendencia de esos límites. Así, han ido surgiendo lugares que, como pequeños faros, van atrayendo nuevas dinámicas y nuevas poblaciones a lugares distintos o, según se vea, nuevos espacios a las dinámicas que conforman poblaciones y concurrencias.
Galerías en la Santa María la Ribera, nuevos talleres en la Doctores, librerías en la Industrial, restaurantes y cafeterías en la San Rafael, estudios creativos en la Guerrero.
Hace unos meses, en la colonia Popotla, al poniente de la ciudad, se abrió Espacio Báltico, un estudio de arte colectivo para el desarrollo y exposición de proyectos de arte que exploren la relación con el entorno.
Con la arquitecta Alejandra Elizarrarás como fundadora, el espacio da lugar de trabajo y exposición a creadores mexicanos y extranjeros que estén dispuestos a compartir y entablar diálogos que enriquezcan a sus interlocutores, principalmente a la comunidad de esta colonia residencial fundada en 1900.
Báltico surge sobre una fábrica de aparatos de medición eléctrica que operó desde los años 70 y hasta finales de la década pasada, propiedad del padre de la arquitecta. Con la idea de aprovechar la edificación de tipo industrial y mantener la actividad de parte del equipo de trabajo de la fábrica, la arquitecta pensó en abrir las puertas al desarrollo en sitio y a exposiciones que mantuvieran el movimiento y generaran un intercambio a través de las piezas y sus procesos.
Siendo la integración con la comunidad uno de los valores principales de Báltico, esta iniciativa busca que sus residentes se relacionen con las dinámicas y habitantes de la colonia de manera respetuosa, tiendan lazos y generen efectos positivos en las dinámicas sociales existentes; que, bidireccionalmente, vivan su historia, tradición y bienestar al tiempo que ayudan a mantenerla. Por ello es que, desde su planteamiento, Alejandra pidió a la especialista en Estudios Socioterritoriales María José Argumedo, de Consultoría Malacate, que desarrollara una estrategia de mediación con la comunidad. De ahí que, además de las residencias, Báltico haya quedado dispuesto como sede para talleres, conferencias y cualquier evento que proponga diálogos alrededor del arte, la arquitectura, el diseño y demás ámbitos creativos, y que atraiga no solo a poblaciones externas sino también –y sobre todo– locales.
El movimiento de la ciudad es inevitable. Si un cuerpo no se mueve, se descompone. Así también, el flujo de personas y la incorporación de nuevos usos y dinámicas, mantiene la vida de cualquier zona. La vida, en cualquier caso, palpita en las comunidades y, así mismo, es en el bienestar de las comunidades originales en las que puede notarse la salud de estos procesos.
El arte y las propuestas culturales –frente a las puramente comerciales– implican una invitación a la reflexión, el diálogo y la sensibilización; si bien, eso no significa obligatoriamente que la consciencia se dirija hacia el cuidado y el respeto hacia las poblaciones locales y sus usos, con los valores y el compromiso suficientes, sí puede hacerlo.