Fernanda Escárcega Ch.
Una fachada blanca,
alta y geométrica
que se rota nivel sobre nivel
y se fragmenta en celosía.
La puerta exterior a la izquierda,
da paso a las escaleras de entrada.
Bloques de piedra clara,
zigzaguean sobre los escalones líquidos
donde lirios y helechos
marcan el primer contraste
con la materialidad concreta de la casa.
El salón que te recibe,
tras la puerta interior,
se deja correr vasto, abierto;
un solo espacio que se desdobla múltiples veces,
insinuando,
apenas trazando,
límites
alrededor de un árbol.
Un árbol que se yergue
junto con la casa
un árbol que crece
con quienes lo habitan
un árbol vivo
que da vida.
Blanco el techo, blanco el suelo,
es solo cristal y esquina
quizá un eco de luz
lo que delimita.
Al centro pende una lámpara,
una serpentina,
un trazo,
un garabato simple
que se curva y se anuda
preciso e iluminado.
En cristal y porcelanato
el movimiento que sucede dentro
se refleja por todas partes
llenando de vitalidad cada superficie,
replicando pasos
palabras
encuentros.
Algo es constante,
algo vibra
es agua que escurre desde la fuente
por todos los espacios.
Madera de encino te lleva al nivel superior:
encino escalón
encino lambrín
encino puerta
Tres habitaciones ubicadas,
también,
alrededor del árbol.
Todas cálidas y espaciosas;
una íntima,
otra, amena
la principal, plena.
Deconstruido en
pasto,
helechos,
espiga,
lirios,
enredadera,
y árbol,
el jardín está en todos
y en ningún lado, a la vez.
Algo cambia con el día,
es la luz natural,
que se cuela por los techos
y recorre las horas,
de la mañana a la noche,
entintando la madera de sol
de nube
de lluvia
y de estrellas también.
Casa Sexta
es un reflejo iluminado,
es apertura al interior;
es trabajo,
es futuro,
es un sueño realizado.