Fernanda Escárcega Ch.
En la Design Week de Milán, en 2019, la Universidad de Keio participó con “Break the Bias: para apreciar las conexiones”, exposición donde se presentó Co-fuu, un cojín-electrónico-inflable del tamaño del hueco entre los brazos. El propósito del dispositivo era reconfortar; su aplicación, doble: en caso de que alguien esté teniendo un período de ansiedad, podría activarlo para sincronizar su respiración con el ritmo en el que es Co-fuu se inflaba y desinflaba apaciblemente; pero también podría sincronizarse con el de alguien más para que, a distancia, iniciando uno se activara el de otro y, vía WiFi, dos personas se dieran un abrazo.
Ese mismo año, Sony, se presentó con “Afinidad en la autonomía: imaginando la relación entre humanos y robótica”. Una lámpara que sigue el movimiento humano, una comunidad de esferas que detecta e interactúa con las personas y un cachorro electrónico que “alegría”, miedo, aburrimiento y cariño. En la exposición se habla de la autonomía y la “voluntad” de los robots, pero, sobre todo, de la capacidad de las personas para empatizar y encontrar compañía incluso en los objetos.
En abril de 2019, sin la más mínima sospecha de un Coronavirus, la “distancia social” (término incorrectamente traducido) ya era un tema. Con el entendimiento de los ritmos de vida acelerados, la carga de trabajo, la falta de tiempo y las relaciones afectuosas frágiles, el diseño de ese momento acepta el estrecho camino individualista en que íbamos – o vamos– y, desde ahí, la proponía opciones para “Mejorar” el día a día de las personas.
Hoy, en un mundo con COVID19, en el que la distancia social se ha vuelto una medida obligatoria, las propuestas del año pasado cobran un nuevo sentido. Pero, hay que preguntar, ¿por qué, si antes los abrazos no eran potencialmente mortales, podríamos querer abrazar a alguien vía WiFi ?, ¿por qué, si antes
podríamos mirar de cerca los ojos de otra persona, tocarla sin riesgo, nos maravillaba tanto la animicidad de un dispositivo electrónico ?, ¿por qué, pudiendo salir a las calles, al cine o tomar un café, solicitando interactuar con una comunidad de esferas de plástico?
Ante este período de contingencia mundial, el diseño ha actuado de formas diversas. Como respuesta inmediata, mientras que a nivel internacional, grandes empresas como Ford, Nissan y General Motors han transformado sus producciones para apoyar con lo necesario; en México, empresas de diseño, arquitectura y grupos de productores se han organizado para generar recursos urgentes como mascarillas, caretas y partes de ventiladores.
Por otro lado, en todo el mundo han empezado a surgir ideas, apropiadamente de diseño, para hacer frente a esta nueva realidad incierta y, aunque en el proceso creativo es importante no descalificar nada de ante mano, muchas parecen aferrarse demasiado al pasado y acaban por no ser más que parches. Hay soluciones simples como la implementación de barreras en las bancas públicas, los cines o los aviones; prototipos de escafandras, escudos y máscaras inflables y, en un extremo casi absurdo, auto-supermercados, peceras para la población vulnerable, trajes protectores para salir de fiesta y cápsulas para poder acudir a un restaurante.
Hoy, que un suceso biológico ha venido a desafiar los fundamentos de todos los países en el ámbito científico pero también económico, político y social, proponer maneras para mantener una realidad enfundados en un dispositivo aislante puede quedarse corto.
En su Diccionario etimológico 1, Ricardo Soca define la crisis como “un cambio brusco –para bien o para mal– en el curso de una enfermedad, o bien de procesos físicos, históricos o espirituales. […] Se aplica también a momentos decisivos de situaciones graves o de repercusiones importantes ”.
El momento en que nos encontramos, biológica, histórica y espiritualmente, es crítico y, para todos, puede ser decisivo como posibilidad de cambio. Walter Mariotti –director editorial de Domus– explica que la esencia del diseño es “reemplazar lo natural con lo artificial a través de la tecnología” 2, según él, el diseño representa la corriente de pensamiento definitivo en un mundo en el que todas las ideologías se han desvanecido.
Hace un año, la tendencia corría en el río de la robotización y el “distanciamiento social” entendidos como bienes de lujo. Hoy, que realmente estamos revalorando los vínculos y la cercanía con los otros, al diseño le toca una mano de obra enorme, antes conceptual que práctica, antes crítica que responda. No se trata de cápsulas, de conexiones virtuales que sustituyan a los abrazos, de robots que satisfacen la necesidad de compañía en cuarentena ni de monitores que midan la temperatura de los repartidores de Uber…
Necesitamos propuestas de nuevas formas, nuevas estructuras de organización, de cooperación, de ciudades, movilidad ¿de consumo?
Soca explica que la palabra “crisis” nos llega del griego krisis, vocablo que derivó del verbo krinein –separar, juzgar, decidir–, del cual surgieron también palabras como criticar y criterio.
En 2020, como forma de pensamiento, al diseño le toca plantear otras maneras, juzgarlas, abrir diálogo con otras disciplinas separar lo valioso de lo que no es y decidir cómo podríamos –podríamos– ser fundamentalmente mejor.
[1] Roca (2016). El origen de las palabras: diccionario etimológico ilustrado. Bogotá, Colombia: Rey Naranjo Editores.
[2] Mariotti, W. (Abril, 2018) “El diseño es el verdadero motor de nuestra era”. Domus paper Milan DEsign Week 2018
(Suplemento), p. 1
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