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#weareall

Fernanda Escárcega Ch.

 

Te despiertas sabiendo que ese día no saldrás de casa. En el mejor de los casos llegarán temprano y tú podrás retomar tus actividades intentando alcanzar la rutina de siempre; en el peor de los casos pasarás las horas esperando y, por la tarde, llamarás para enterarte que la solicitud de tu instalación no procedió y habrá que reagendar para otro día de la semana. Considerando una suerte promedio, el técnico llega poco antes de la hora de la comida. Bien ataviado con gorra y camisa de la compañía, toca el timbre, te pide que le indiques dónde quedará ubicado el módem y medio te escucha, llenando los formularios que trae sobre su tablilla. Haciendo a un lado los papeles, pone la mano sobre su cinturón de herramientas y, ahora sí, mirándote, vuelve a preguntarte dónde quedará ubicado el módem.

Tras escanear el espacio y las posibles salidas, vuelve a su formulario interesantísimo. Llena lo que tiene que llenar y regresa a ti para explicarte la estrategia de instalación. Una ranura por acá, se saca el cable y se vuela por ahí para llegar al poste de allá y… Medio lo escuchas pero te distraes pensando en lo que realmente te importa y, cuando deja de hablar, le preguntas: ¿como cuánto tiempo le tomará?, ¿la red quedará funcionando hoy mismo?, ¿podríamos esconder el módem por aquí detrás? Resueltas tus dudas, te retiras dejando al instalador hacer lo suyo.

Dos horas después, está listo. El internet, la televisión y el teléfono (que no usarás nunca) quedan funcionando. Firmas el formulario y se despiden. Te tiras al sillón y conectas tu celular feliz de estrenar tu nuevo servicio. Las páginas se cargan de maravilla. Pasas un buen rato en Instagram; luego, revisas si hay alguna novedad en tu correo, pero, al llegar Twitter, la indignación nubla tu plácido recorrido. Una nota conjunta un montón de fotos de las telarañas de cables que penden por toda la ciudad: “Usan los cables hasta de tendederos”, satiriza la voz del Reforma y luego explica la terrible problemática de la infraestructura aérea y la falta de responsabilidad de los implicados.

 

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Sí, a través de tu ventana puedes ver una línea negra que cruza entre tu casa y el poste de enfrente. Puedes ver cómo interrumpe el paisaje por varios metros antes de llegar al nido de rollos de fibra óptica, cajas y cables viejos y se suma, descarado, al exceso de peso que amenaza, día tras día, la resistencia del cemento. Pero tú estabas pensando en lo que realmente es importante, ¿no?

 

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La discusión pública sobre el desorden –el caos, para ser más exactos– en el cableado de la telecomunicación de la ciudad suele considerar tres actores: las empresas privadas, la Comisión Federal de Electricidad y el gobierno local. Las primeras por ser las que, de manera más directa, obtienen una ganancia enredando a la ciudad (en wifi y en líneas negras). La segunda, porque recibe una renta de parte de las primeras a cambio del derecho a usar sus postes y, sin embargo, no funge ni como vigilante ni como intendencia. El gobierno local aparece por ser quien, en teoría, estaría por encima de los dos anteriores y, en teoría, sería el encargado de garantizar la seguridad y la armonía dentro de sus demarcaciones.

Foto: Cuartoscuro

Según lo que podemos ver con tan solo salir a la calle y levantar un poco la vista, ninguno de esos tres “actores” se ha hecho cargo realmente del asunto.

En noviembre de 2020 la jefa de gobierno de la Ciudad, Claudia Sheinbaum, envió al Congreso local la propuesta de “Ley para el Retiro de la Infraestructura Aérea y para el Uso y Aprovechamiento del Subsuelo de la Ciudad de México”. Ésta –cabe explicar, a pesar de lo descriptivo de su nombre– impulsa el establecimiento de un plan para bajar gradualmente los cables, la migración de postes a ductos, la repartición de responsabilidades (económicas) entre los actores, la formulación de una estrategia (para reducir costos y molestias) y la instauración de las bases del uso del subsuelo. En noviembre de 2020 se publicó la nota y no se supo mucho más.

Para finales de 2021, una diputada de Morena retomó la propuesta y la política de soterramiento en favor de la seguridad y la imagen urbana. Para finales de 2021 se publicó la nota y luego varias columnas de opinión (sospechosas) que explicaban que efectivamente es importante dar mantenimiento a los postes y retirar el cableado, pero que, en caso de pensar en migrar a la infraestructura subterránea, lo justo sería que el costo quedara repartido entre los tres: sí empresas, pero también CFE y gobierno local. Unos días del tema y, luego, de nuevo, no se supo más.

 

De la CFE, ni sus luces. De las empresas de telecomunicación, ni acciones ni declaraciones. Solo el característico ejercer de sus instaladores que hacen magia para llegar de cualquier rendija a cualquier poste y, una vez ahí, aseguran vueltas y vueltas y vueltas de cable, como si la empresa les pagara por metro. (¿Será flojera?, ¿prevención?, ¿vandalismo o protesta?).

 

Estamos a la mitad del 2022. Nada se ha definido a nivel gubernamental, legislativo o privado y las toneladas de cable siguen en aumento. Estos días los ventarrones han tirado árboles y postes completos. En redes sociales, las fotos de telarañas de fibra óptica se están volviendo el colmo de la Ciudad de México. La crítica ciudadana parece ir afilándose.

Es necesario, creo, volver al inicio de este texto. A ese momento en que, desde casa, determinamos, crudamente, lo que nos importa y lo que no. No estarías de acuerdo en que quedara un cable cruzando por la pared de la sala como tampoco estás de acuerdo en que decenas de líneas cuelguen de los edificios a los postes. El asunto está en que mientras asumes que la instalación de tu casa sí merece tu cuidado, te da igual lo que sucede fuera de ella. Y no.

Mucho –aunque no todo, ya lo sé– podríamos hacer como usuarios y titulares de nuestros servicios. Desde supervisar al instalador y pedirle que retire los cables en desuso, hasta organizar jornadas de limpieza de azoteas (llenas de antenas e instalaciones viejas) o ejercer presión a nivel local.

 

Hay un cuarto actor en todo este cablerío: nosotros usuarios, nosotros ciudadanos.

 

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