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Fernanda Escárcega Ch.

 

Tras las protestas feministas de agosto de 2019, se inició un proyecto de restauración del Ángel de la Independencia que ha mantenido el monumento cercado en madera y metal. Desde hace casi dos años, la estructura que da pie al Ángel, repleta de andamios, hace pensar en la columna rota de Frida Khalo.

Se dice que el proceso de restauración se inició, estratégicamente, evitando la posibilidad de que los grupos de diamantina y pintas moradas continuaran “vandalizando” uno de los más grandes emblemas de la nación. Algunas personas dijeron que no era de señoritas salir a la calle a manifestarse, algunas personas dijeron que nada se ganaba con la violencia, algunas personas dijeron “si desaparezco quémenlo todo”.

Alberto Odériz (escultor/arquitecto/urbanista español) realizó “Nada sobra: arqueología de una manifestación”, pieza que registró las intervenciones sobre el monumento en un catálogo que resguarda texto y ubicación de las pintas y, a la par, reconstruye en maqueta la respuesta del gobierno: cubrir la columna con un tapial perimetral.

“Nada sobra: Arqueología de una manifestación” Foto: Alberto Odériz.

La aproximación de Odériz es resultado de un largo camino de estudio y práctica alrededor de la arquitectura, la escultura y la arqueología. Para él, estas dos últimas son “disciplinas que trabajan sobre objetivos similares: construyen o reconstruyen el sentido que le damos los humanos a una forma que antes no lo tenía.” (2018: 40) Un montón de arena, un trozo de árbol, metal fundido, son materiales que, pasando por nuestras manos, cobran uno o varios significados. “Hasta el objeto más común como una piedra, transformado por los humanos, pude explicar como una sociedad entiende el mundo” (2018: 40).

En el quehacer artístico, reflexiona Odériz, la acción y la técnica sobre un material da vida a una forma con una semántica –a veces más, a veces menos– reconocible por la sociedad.

Partiendo de dichos entendimientos, cabe preguntarnos qué sucede con las alteraciones que un movimiento social genera en edificios y monumentos. Sea cual sea la causa, la mayoría de las veces podría identificarse una acción, una técnica y una semántica –a veces más, a veces menos– reconocida y legitimada por la sociedad. Si un edificio de gobierno tiene ya un significado en sí mismo, cualquier acto que la ciudadanía ejerza sobre él estará entrando en diálogo desde su propio lenguaje, movido por una situación social específica. Con los monumentos sucede lo mismo y de hecho, más intensamente; entre más hable una estructura, más caminos de discusión tenderá.

Foto: Andrea Murcia | Cuartoscuro

Odériz, en su texto “Arqueología de una caída” plantea que “cualquier cambio en la forma es interpretado como una posibilidad de intervenir en la discusión de lo que una escultura es para la sociedad. Esa es la razón por la que la destrucción del patrimonio muchas veces no hace desaparecer el monumento sino cambiar o ampliar su significado” (2018: 41). Para ejemplificar lo anterior aporta una serie de casos de la Ciudad de México como, en 1966, el desmantelamiento de la escultura de Miguel Alemán en Ciudad Universitaria; el incremento de visitantes del Museo de Antropología tras el famoso robo de 140 piezas en 1985 (para mirar los pedestales vacíos); la dispersión de imágenes del dios Tlaloc en el pueblo de Coatlinchan tras el traslado del monolito al Museo Nacional de Antropología y –quizá el más claro– la añadidura de una placa al pedestal del Monumento a la Madre para completar la dedicatoria “a la que nos amó antes de conocernos” (1949) con “porque su maternidad fue voluntaria”, colocada por grupos feministas en 1991.

En Londres diversos edificios públicos mantienen en sus fachadas heridas de bala; toda Berlín es testimonio de una guerra; la austeridad de las iglesias de Morelos cuenta el impacto de una Revolución. Al margen de la memoria oficial, de sus formas y sus discursos, hay otras voces que se alzan y escriben, en formas propias y discursos colectivos, significados urgentes.

En 1943, a menos de un año de su colocación, la forma original de la Diana Cazadora –que tiempo después sería vecina del Ángel– fue “vandalizada” con un calzoncillo de bronce. Un grupo denominado “la liga de la decencia” se indignó profundamente con la desnudez en la vía pública y, desde sus propios medios, pujó por que se censurara. Cabe mencionar que, desde sus propios medios, la indignación fue poco cuestionada y rápidamente atendida: Soledad Orozco, esposa del entonces presidente Manuel Ávila Camacho formaba parte de la liga.

En 2019, un grupo de la sociedad salió a la calle a alzar la voz. En su camino muchos edificios y monumentos quedaron impactados por sus ideas. Todas las formas tomaron un nuevo sentido. Las pintas sobre el Ángel fueron muy cuestionadas –y las denuncias mínimamente atendidas–; sin embargo, la piedra fue transformada. A dos años, el cerco y los andamios dan cuenta de ello.

Hay un valor innegable en el quehacer monumental y arquitectónico, pero el valor –y eso tampoco se puede negar– no está en la estructura misma sino en los significados que cada detalle, como forma, contiene.

Tal vez hoy la imagen de una columna vertebral fracturada sea más fuerte, más significativa y más valiosa que el pedestal impoluto e incuestionado de una sociedad desigual.

 

Dice Alberto Odériz, que si la ascensión de una piedra es el nacimiento de un significado, “su caída no es su desaparición sino un sacrificio, es decir, una muerte cargada de sentido” (2018: 41).

 

Fuentes:

*Odériz, Alberto. Arqueología de una caída, en ARK_Magazine / Textos sobre patrimonio. Año 6 Número 23, verano 2018. ARK_Editorial. México. Páginas 40 – ??. https://issuu.com/arkeopatias/docs/ark23  (19 de marzo de 2020)

 

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